
Año 2018.
Vivimos en el erial de la cultura popular.
Matinales hiper-publicitadas resucitan la cinefilia de otro tiempo, buscamos excusas para prolongar una infancia que nunca nos perteneció y la más pura nostalgia llena las estanterías de cualquier superficie comercial.
Spielberg habla de un tiempo futuro, pero deja un pie en la actualidad.
Opinión sobre Ready Player One
Ready Player One es todo lo que soñamos que sería.
Un universo múltiple e ilimitado, donde puedes ser quien quieras, viajar a todo planeta imaginable y salvar el mundo cada tarde. Una realidad donde las leyendas nunca mueren, los sueños se cumplen y la muerte no nos alcanza.
Y lo mejor, al alcance de cualquiera que se pueda permitir unos guantes y unas gafas.
… taaambién es un antídoto contra una realidad, un físico o una vida social insuficientes… ¡¡pero a quién le importa cuando subes el Everest con Batman y te vas de paseo con el Halcón Milenario!!
Wade Watts escapa a Oasis cada día en la piel de Parzival, porque quién no lo haría.
Allí es el héroe de esa historia que nunca vivió, y lo mejor es que puede ser más, podría ganar el Huevo de Pascua que dejó el creador de esa realidad al morir, James Halliday, y cumpliría la fantasía de cualquier adolescente que alguna vez haya soñado.
(Vale la pena señalarlo, la cámara de Spielberg recoge hábilmente la tristeza de un Halliday que deja el destino de su creación en las siguientes generaciones… y sin embargo lo único que nos inunda es la emoción de una competición que todo chaval querrá ganar por el simple hecho de ser el primero del marcador)
En el gran esquema de carrera mundial donde niños y mayores se comportan con el mismo ansia caprichoso, Wade no destaca especialmente, y hasta hay un gran cuidado en señalar que su descubrimiento de la primera pista, la primera llave, sucede por casualidad. Esta puede ser la historia de cualquiera, en el fondo.
Pero hay algo que sí es enteramente suyo: cuando otros ni se preocuparían por los jugadores que se quedan fuera en una carrera absolutamente loquísima donde una réplica de Nueva York te da la bienvenida con terroríficos tiranosaurios y el PUTO King Kong… él tiene la suficiente valentía como para mirar atrás, observar los detalles y no vacilar en echar una mano amiga.
La buena fe sigue importando, después de todo, en tiempos de contacto digital y apariencias virtuales.
O al menos James Halliday quiso que siguiera importando, y por eso Parzival es capaz de superar las pruebas que se van sucediendo, al tiempo que se gana un puñado de aliados como Daito y Sho, aparte de seguir contando con su mejor amigo Hache, y compartiendo con la misteriosa Art3mis una relación que tiene todo que ver con el Huevo de Pascua, y nada con una necesidad tan humana de pensar que a alguien le importas lo suficiente.
Sin prisa, sin necesidad de forzarlo, entre sorprendentes homenajes y a través de diversiones, Spielberg va dejando su particular Huevo de Pascua, para que quien quiera pueda encontrarlo: el mundo real es peligroso y solitario, pero también necesita gente dispuesta a salvarlo.
Y nadie puede lograrlo solo, por mucho que pensemos que las identidades virtuales han privado la amistad o el amor de significado.
Sobre todo me llaman la atención los adultos: Mark Rylance elige interpretar a Halliday próximo al autismo, y Ben Mendelsohn recoge el testigo admirablemente haciendo de Nolan Sorrento, el gran villano, un niño grande con muchos berrinches que soluciona a golpe de talonario.
Como si de alguna manera la existencia de Oasis les hubiese dejado en una inmadurez indeterminada, reprimidos los sentimientos reales, porque eligieron volcarse en algo que nunca les iba a decepcionar o doler, un mundo en el que tanto las alianzas como los afectos son, efectivamente, virtuales.
Y en ese punto entran Wade, Art3mis y su tropa, volviendo a llenar de sentimiento y significado los mundos digitales, adorando unos entretenimientos y disfrutes que nunca tuvieron, porque es lo único que les han legado, su única forma de entender el mundo.
Queriendo salvar Oasis de garras inhumanas, porque lo que hay allí es lo único que les ha salvado de su propia inhumanidad.
Ready Player One no mira a la cultura popular con desprecio, ni siquiera con tristeza, más bien le profesa amor infinito, y exige que ese amor debe celebrarse y compartirse.
Porque al final no importa si la partida la está llevando Watts o Sorrento, nadie se ha librado de ver jugar a otro, y disfrutar porque está ganando: sentimiento que Spielberg encapsula en una coña cargada de humanidad, cuando todo el planeta contiene la respiración por un jugador a punto de llegar a la meta.
Pero luego tiene que llegar un “Game Over”.
Una frase que quizás hemos cargado de significado negativo, cuando probablemente era la manera más sencilla que tenía un creador de darte las gracias, y decirte adiós.
Porque hemos construido una cultura en la que nuestros iconos estarán siempre presentes, nos salvarán del mundo real y nunca se irán.
Cuando poder despedirse, saber que siempre estarán ahí pero de algún modo no se quedarán, es lo que hace los momentos con ellos algo tan especial.
Spielberg, como un Anorak cinematográfico, nos recuerda que esto es sólo un buen rato, pero no tienes que firmar ningún contrato de por vida para tenerlo.
Ahí fuera hay otro videojuego, uno no tan rápido, a veces incluso más entretenido o placentero, uno en el que no hay vidas extra ni trucos, por lo que te esforzarás más en disfrutarlo.
Quítate las gafas, desconecta el chat.
Sal a jugar.
Escrito por Carlos Sainz
Escrito por Carlos Sainz
4/5