
Imagínate que no pudieses cantar en público por ser mujer. Que tu única función fuera casarte y tener hijos. Que vivieses en una comunidad tan reprimida que casi ni conoces a la persona con la que te has casado.
Eso es precisamente lo que vemos en Unorthodox, una miniserie basada en una historia real donde conocemos de cerca las tradiciones de una comunidad judía ultraortodoxa situada en Nueva York.
Mi opinión sobre Unorthodox (Poco ortodoxa)
Unorthodox, o Poco ortodoxa, nos pone en la piel de Esther (Shira Haas), una joven que cuando se entera de que está embarazada decide escaparse a Berlín para empezar de cero su vida, en busca de una madre que ya hizo lo mismo en su momento.
En sólo cuatro capítulos Unorthodox se atreve a dar una imagen clara, concisa y directa de las tradiciones más estrictas que podemos encontrar en una comunidad judía ultraortodoxa, siendo quizás la serie que mejor ha plasmado su modo de vida.
Esto se entiende claramente, ya que se basa en una historia real, en toda la experiencia vivida por Deborah Feldman en esa comunidad de Brooklyn que tan plasmada vemos en la serie.
Una de las cosas más llamativas de la serie es que se atreve a contar esta historia prácticamente por completo en yiddish. El yiddish, idioma perteneciente a las comunidades asquenazíes del centro de Europa, se usa por completo en esta serie.
Y es fascinante ver cómo se han atrevido a llevar una serie masivamente al público y hacerlo usando un idioma que está olvidado por buena parte del mundo. Incluso, al no decir que están hablando yiddish, es posible que mucha gente vea la serie y no sepan realmente qué idioma es.
Que se atrevan a dar voz a este idioma yo nos hace conscientes del tipo de historia ante la que nos encontramos. Unorthodox cuida todos los detalles para dar un reflejo real en ese tipo de comunidades, y cómo su estilo de vida choca rotundamente con la forma de vivir de la mayoría de nosotros.
En la serie vemos cómo es la vida matrimonial, cómo son las bodas, las normas estrictas que se viven en la comunidad, pero también vemos a Esther saboreando las mieles de una libertad que creía imposible para sí misma y para su hijo.
Admito que en ese tramo final, cuando canta para ganarse la beca que tanto ansía, se me pusieron los pelos de punta. Vemos a Esther cantar en público, que ya de por sí lo tenía prohibido en su comunidad, y hacerlo en yiddish. Y en ese momento es más libre que nunca.
Recomiendo ampliamente a todo el mundo que le de una oportunidad a esta serie. Son sólo cuatro capítulos, pero no hacen falta más. La serie consigue en tan poco tiempo hablarnos de libertad y de opresión, mostrarnos las dos caras de una moneda y hacernos ser conscientes de que incluso en Nueva York a día de hoy todavía hay personas que no pueden alzar la voz.
Una oda a la vida, a la libertad, a la diversidad e, incluso, a las costumbres que conservamos de nuestros antepasados.